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"Lo que Dios exige"

Benjamín Rodríguez

Actualizado: 28 ene

Nuestra alma anhela una relación profunda con Dios
Nuestra alma anhela una relación profunda con Dios

Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad? Deuteronomio 10:12-13


Qué extraordinarias palabras otorgó Dios al pueblo de Israel, palabras que ahora también podemos hacer nuestras. Con frecuencia, atravesamos situaciones en la vida en las que, aun disponiendo de una familia, un empleo estable y recursos materiales, sentimos un vacío interior que parece imposible de llenar. Esa sensación persistente de no sentirse completo jamás podrá ser satisfecha con bienes materiales.


Esto se debe a que Dios es espíritu, y, al ser creados a Su imagen y semejanza, también nosotros tenemos un espíritu. Por ello, nuestra alma anhela una relación profunda y una comunión constante con Él. Solo Dios tiene la capacidad de llenar ese vacío en nuestro espíritu. Pero, ¿cómo puede lograrse esto?


Sucede cuando somos obedientes a Su palabra, demostramos nuestro amor viviendo en santidad, entregando nuestro corazón y permitiendo que el Espíritu Santo guíe nuestras vidas. En ese proceso, somos transformados mediante la renovación de nuestro entendimiento, tal como señala Romanos 12. Esto nos lleva a comprender que la voluntad de Dios es siempre buena, agradable y perfecta. De esta forma, nuestra vida experimenta un cambio radical.



Y aunque enfrentemos circunstancias adversas, el Espíritu Santo nos recuerda que no hay razón para temer, ya que Dios está de nuestro lado. Así lo declara Su promesa en Isaías 41:10: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”.

Tenemos un Padre que nos ama profundamente y nos anhela celosamente. Valoremos el sacrificio de Jesús en la cruz, reconociendo que Su sangre preciosa fue derramada por ti y por mí. Agradezcamos este acto incomparable con nuestras palabras, con nuestras acciones y con una entrega diaria a Su voluntad. Esta gratitud será la clave para alcanzar las bendiciones que Él tiene reservadas para nosotros.


Reflexionemos con humildad en el sacrificio del Señor: ¡Su sangre fue más que suficiente y lo será por siempre! Busquemos a Dios cada día mientras pueda ser hallado. No cambiemos lo eterno por lo pasajero.

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