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"De Cierto estarás Conmigo en el Paraíso" | Segunda Palabra de Jesús en la Cruz

Actualizado: 14 abr



De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. —Lucas 23.43


"Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo si este es el Cristo, el escogido de Dios. 36 Los soldados también le escarnecían, acercándose y presentándole vinagre, 37 y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. 38 Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas y hebreas que decía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.

39 Y uno de los malhechores que estaban colgados lo insultaba, lo enfrentaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. 40 Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? 41 Nosotros,  la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecen nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. 42 Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. 43 Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso."

 

Ambos criminales se burlaron de Jesús. Aunque al principio los dos se burlaron de Jesús, en las horas que pasaron en la cruz, uno de los criminales llegó a ver las cosas de manera diferente y a confiar en Jesús.


En primer lugar, este malhechor respetó a Jesús y creía en la existencia de Dios, cuando mencionó… Ni aún temes tú a Dios [...] (Lc 23.40)

 

En segundo lugar, este malhechor reconoció sus propios pecados, reconoció públicamente que se estaba haciendo justicia con él y con su compañero de fechorías.

Dijo así: Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecen nuestros hechos [...] (Lc 23.41).


El reconocimiento de nuestra condición como pecadores es el primer paso para un genuino arrepentimiento. Este malhechor reconoció su situación de criminal y que en justicia estaba recibiendo lo que merecía.

 

En tercer lugar el malhechor conocía a Jesús, reconoció públicamente que con el crucificado ubicado en el centro, nuestro Señor Jesucristo, se estaba cometiendo una de las más groseras injusticias; reconoció la absoluta inocencia del Señor: ...mas éste [dijo refiriéndose al Señor] ningún mal hizo (Lc 23.41)


· Él LLAMÓ a Jesús - (Y dijo a Jesús).

· Él CREYO que Jesús era quien El dijo que era (Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino).


"Él creía la promesa de vida eterna que de DA Jesús".

Este criminal , este pecador, este “malhechor arrepentido”, se hallaba plenamente convencido de que, quien estaba colgado en la cruz en el centro y muriendo como él, no sólo era el Señor de esta vida, sino también el de la eternidad, y que era también juez supremo de toda la humanidad. Por ello, apeló desesperadamente a la misericordia de Jesucristo y, gritando seguramente con todas sus fuerzas, : [Señor] acuérdate de mí cuando vengas a en tu reino.


En todo lo que dijo este pecador en los últimos instantes de su vida; mostró, sin duda alguna, un genuino arrepentimiento.


El Señor de toda gracia, Señor de esta vida y de la eternidad, al oír estas palabras y su genuina petición, sin demora alguna y con todo el poder de su gracia, inherente en sí mismo, declaró con toda autoridad: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23.43)"


Si mostramos un genuino arrepentimiento de nuestros pecados, Dios con su gracia nos perdona y  nos da salvación y vida eterna.


Y este fue el momento supremo para este pecador, la gracia mostrada, la invitación a ser redimido, un cambio radical de su destino final, el de la eternidad, el instante de cambio de muerte a vida en aquel pecador que sabía que se estaba haciendo justicia con él, justicia legítima por causa de sus propios pecados.


Este criminal alcanzó la gracia salvadora de Dios y quedó así salvo, completo y absolutamente salvo por toda la eternidad.


Desde el mismo instante en que el Señor pronunció esta segunda palabra: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23.43), las puertas del cielo quedaron abiertas para este malhechor, la muerte física llegó a tener para él otro significado y dejó de ser un problema. Estaba ya asegurada su vida y su salvación, para siempre, por toda la eternidad.


Recordemos pues, con suma devoción, esta segunda palabra, la cual es la gracia y la misericorida de Dios a traves de Jesús triunfando sobre el pecado:


De cierto, te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso. 

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